Thor en la batalla contra los gigantes, de Mårten Eskil Winge, 1872 |
Los pueblos
germánicos denigraban la homosexualidad pasiva y las mujeres, que se
encontraban en el mismo nivel que los «imbéciles» y los esclavos, y
glorificaban la camaradería guerrera entre hombres. Sin embargo, en los países
escandinavos hay noticias de sacerdotes travestidos y afeminados y los dioses
nórdicos, los Æsir, incluyendo a Thor y Odín, conseguían conocimientos arcanos bebiendo semen.
Durante la Alta Edad Media, las actitudes frente a
la homosexualidad que habían existido en el Imperio romano básicamente se mantuvieron. Se conocen casos claros
de homosexualidad, que si bien no era aceptada, tampoco sufría consecuencias.
Es el caso del rey de los francos salios, Clodoveo
I, que en el siglo VI, el día de su bautizo, confesó relaciones con hombres
o Alcuino de York, el poeta
anglosajón del siglo IX cuyos versos y cartas destilan homoerotismo. Pero poco
a poco la moralidad cristiana, muy ligada a la sexualidad y basada en la idea
judía de que el sexo era exclusivamente para la reproducción, se fue
convirtiendo en un complejo entramado de disposiciones canónicas que influyó
fuertemente en la legalidad vigente.
Uno de los
primeros cuerpos legales que consideraba un crimen la homosexualidad masculina
en Europa fue el Liber Iudiciorum (o Lex Visigothorum), que se promulgó en
el siglo VII. La ley visigoda contenida en dicho código (L. 3,5,6) castigaba la
llamada sodomía con el destierro y la castración. Dentro de la sodomía se
incluían todos los crímenes sexuales considerados no naturales, entre los que
se contaban la homosexualidad masculina, el sexo anal (heterosexual y
homosexual) y la zoofilia. El lesbianismo solo era considerado sodomía si
incluía instrumentos fálicos.
Fue el rey Chindasvinto (642-653) el que impuso
para la homosexualidad la pena de castración. Esta pena era desconocida en las
leyes visigodas, excepto para los judíos que practicaban la circuncisión.
Además de sufrir la castración, el reo era entregado al obispo local para que lo
desterrara. Si era casado, el matrimonio quedaba anulado, la dote era devuelta
a la mujer y los bienes repartidos entre los herederos.
En 693 Égica ordenó a los obispos reconsiderar
la cuestión de la homosexualidad. Reunido el XVI Concilio de Toledo ese mismo año, los prelados ardiendo en el
celo del Señor afirmaron que es bien conocido que muchos hombres están infectados
por el mal de la sodomía.
La
insistencia de la Iglesia visigoda en tratar del tema y el hecho de abordarlo, con
severas penas, en el máximo foro legislativo de entonces: el Concilio, denotan
que la práctica carnal entre individuos del mismo sexo era muy común. En vista
de la extensión de las prácticas homoeróticas, los obispos acordaron confirmar
el severo castigo ordenado por Chindasvinto,
añadiendo cien latigazos y la decalvación. Además el destierro debía ser a
perpetuidad. El concilio reconoció que la homosexualidad también se daba entre
los obispos, sacerdotes y diáconos, pero decretó penas mucho más suaves para
estos casos: los culpables debían ser simplemente secularizados y desterrados.
Posteriormente Égica extendió a los
clérigos la pena de castración y las demás impuestas por el concilio a los
laicos, sin embargo, en un periodo ya decadente y de debilidad de las
autoridades, la ley no solía cumplirse.
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