La familia de Darío III ante Alejandro Magno. Obra de Justus Sustermans. Podemos ver a Hefestión señalando a Alejandro. |
Igual que
ocu-rre con otros perso-najes históricos de la época que nos ocupa, decir a la
ligera que este o aquel eran homose-xuales es decir de-masiado.
Tal debate
es considerado ana-cronismo por los e-ruditos en ese pe-ríodo, quienes seña-lan que
el concepto de homosexualidad no existía en la An-tigüedad: la atrac-ción sexual
entre hombres era vista como normal y parte universal de la naturaleza humana,
ya que el hombre era atraído hacia la belleza, que era un atributo de la
juventud, independientemente del sexo.
Generalmente
se considera que el objeto principal de los afectos de Alejandro fue su compañero, comandante de caballería y posible
amante, Hefestión, al que
probablemente se hallaba unido desde la niñez, dado que ambos se educaron en la
corte de Pella. Hefestión hace su
aparición en la Historia en el momento en que el conquistador alcanza Troya. Allí ambos amigos realizaron
sacrificios en los altares de los héroes de la Ilíada, Alejandro
honrando a Aquiles y Hefestión a Patroclo, lo que es indicativo de cómo concebían su relación.
Alejandro se casó con varias princesas de las antiguas tierras de Persia y
tuvo descendencia.
Curcio, historiador romano del siglo I, mantiene que Alejandro también tomó como amante a «Bagoas,
un eunuco de excepcional belleza y en la flor de su juventud, con el cual Darío
(Darío III, padre de una de sus
esposas) había intimado y con el cual Alejandro luego intimaría».
Su relación
parece haber sido bien conocida entre sus tropas, ya que Plutarco relata un episodio durante unos festejos cuando regresaban
de la India, en los cuales sus hombres clamaban a Alejandro que besase abiertamente a Bagoas, accediendo a esta solicitud. Cualquiera que fuese su
relación con Bagoas, no fue
impedimento para que éste tuviese relaciones con su reina: seis meses después
de la muerte de Alejandro, Roxana dio a luz a su hijo y heredero Alejandro IV. Además de Bagoas, Curcio menciona otro amante de Alejandro,
Euxenippos, «cuya joven belleza lo llenaba de entusiasmo».
Si la vida
amorosa de Alejandro fue transgresora lo fue no por su amor hacia jóvenes
bellos, sino por su relación con hombres de su propia edad en un tiempo en el
que el modelo estándar del amor masculino era el que relacionaba hombres
mayores con otros mucho más jóvenes.
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