lunes, 2 de junio de 2014

Alejandro Magno: homosexual y emperador del mundo.

La familia de Darío III ante Alejandro Magno.
Obra de Justus Sustermans.
Podemos ver a Hefestión señalando a Alejandro.
Igual que ocu-rre con otros perso-najes históricos de la época que nos ocupa, decir a la ligera que este o aquel eran homose-xuales es decir de-masiado.
Tal debate es considerado ana-cronismo por los e-ruditos en ese pe-ríodo, quienes seña-lan que el concepto de homosexualidad no existía en la An-tigüedad: la atrac-ción sexual entre hombres era vista como normal y parte universal de la naturaleza humana, ya que el hombre era atraído hacia la belleza, que era un atributo de la juventud, independientemente del sexo.
Generalmente se considera que el objeto principal de los afectos de Alejandro fue su compañero, comandante de caballería y posible amante, Hefestión, al que probablemente se hallaba unido desde la niñez, dado que ambos se educaron en la corte de Pella. Hefestión hace su aparición en la Historia en el momento en que el conquistador alcanza Troya. Allí ambos amigos realizaron sacrificios en los altares de los héroes de la Ilíada, Alejandro honrando a Aquiles y Hefestión a Patroclo, lo que es indicativo de cómo concebían su relación.
Alejandro se casó con varias princesas de las antiguas tierras de Persia y tuvo descendencia.
Curcio, historiador romano del siglo I, mantiene que Alejandro también tomó como amante a «Bagoas, un eunuco de excepcional belleza y en la flor de su juventud, con el cual Darío (Darío III, padre de una de sus esposas) había intimado y con el cual Alejandro luego intimaría».
Su relación parece haber sido bien conocida entre sus tropas, ya que Plutarco relata un episodio durante unos festejos cuando regresaban de la India, en los cuales sus hombres clamaban a Alejandro que besase abiertamente a Bagoas, accediendo a esta solicitud. Cualquiera que fuese su relación con Bagoas, no fue impedimento para que éste tuviese relaciones con su reina: seis meses después de la muerte de Alejandro, Roxana dio a luz a su hijo y heredero Alejandro IV. Además de Bagoas, Curcio menciona otro amante de Alejandro, Euxenippos, «cuya joven belleza lo llenaba de entusiasmo».

Si la vida amorosa de Alejandro fue transgresora lo fue no por su amor hacia jóvenes bellos, sino por su relación con hombres de su propia edad en un tiempo en el que el modelo estándar del amor masculino era el que relacionaba hombres mayores con otros mucho más jóvenes.

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