La Papisa Juana alumbrando. |
No es un
caso de ho-mosexualidad pero cuanto menos, es curioso. No olvi-dar nunca que se trata de una leyenda. No hay datos históricos que la confirmen.
La leyenda
de la Papi-sa Juana trata acerca de
una mujer que habría ejercido el papado católico ocultando su verdadero sexo.
El pontifica-do de la papisa se suele situar entre 855 y 857, es decir, el que,
según la lista oficial de papas, correspon-dió a Benedicto III. Otras versiones afirman que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada y
otras dicen que el periodo fue entre 872 y 882, es decir, el del papa Juan VIII.
En síntesis,
los relatos sobre la papisa sostienen que Juana, nacida en el 822 en Ingelheim
am Rhein, cerca de Maguncia, era hija de un monje. Según algunos cronistas
tardíos, su padre, Gerbert, formaba
parte de los predicadores llegados del país de los anglos para difundir el
Evangelio entre los sajones. La pequeña Juana
creció inmersa en ese ambiente de religiosidad y erudición, y tuvo la
oportunidad de poder estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época.
Puesto que sólo la carrera eclesiástica permitía continuar unos estudios
sólidos, Juana entró en la religión
como copista bajo el nombre masculino de Johannes
Anglicus (Juan el Inglés). Según Martín el Polaco (cronista dominico del siglo XII), la suplantación de
sexo se debió al deseo de la muchacha de seguir a un amante estudiante. (Como en Yentle)
En su nueva
situación, Juana pudo viajar con
frecuencia de monasterio en monasterio y relacionarse con grandes personajes de
la época.
Juana se trasladó a Roma en 848, y allí obtuvo un puesto docente.
Siempre disimulando hábilmente su identidad, fue bien recibida en los medios
eclesiásticos, en particular en la Curia. A causa de su reputación de erudita,
fue presentada al papa León IV y
enseguida se convirtió en su secretaria para los asuntos internacionales. En
julio de 855, tras la muerte del papa, Juana
se hizo elegir su sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII.
Dos años después, la papisa, que disimulaba un embarazo fruto de su unión
carnal con el embajador Lamberto de
Sajonia, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una
procesión y dio a luz en público. Según Jean
de Mailly (cronista dominico del siglo XII), Juana fue lapidada
por el gentío enfurecido. Según Martín
el Polaco, murió a consecuencia del parto.
Siempre
según la leyenda, la suplantación de Juana
obligó a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los
papas electos. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los
atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada
la inspección, si todo era correcto, debía exclamar: «Duos habet et bene pendentes»
(‘tiene dos y cuelgan bien’).
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