miércoles, 17 de septiembre de 2014

El Renacimiento homosexual

Dos hombres besándose. (1600)
Bartolomeo Cesi
En el Renacimiento italiano, al igual que en el resto de Europa, resulta paradójico que, por una parte el descubrimiento de los clásicos griegos y romanos llevase a un renacimiento del «amor griego», que influenció enormemente las artes italianas, pero por otro provocase una represión organizada de la sodomía a un nivel nunca visto con anterioridad.
La mayoría de los encuentros sexuales entre hombres se realizaban en casas particulares. Aquellos con poder y posición lo empleaban para conseguir favores sexuales. En otros casos, la relación entre un hombre mayor y otro más joven se basaba en los sentimientos mutuos, que a menudo superaban diferencias sociales. La mayoría de los sodomitas estaban casados, empleando muchos el matrimonio como pantalla.
Aunque los encuentros con otros hombres serían casuales y de forma irregular existen indicios de la existencia de camarillas de homosexuales que bajo la apariencia de grupos de intereses podían dar libertad a sus sentimientos homoeróticos, siempre y cuando se sometieran al dogma cristiano y tuvieran el favor del gobernante de turno.
Los artistas y pintores renacentistas, tanto casados como solteros, a menudo vivían en estructuras homosociales, en las que el maestro reunía bajo su techo una serie de jóvenes discípulos. El maestro y los alumnos de su taller compartían la vida prácticamente en familia, desde las tareas de la casa, hasta el sueño en camas comunales. Este tipo de estructuras, en las que el favorito no era necesariamente el que más talento demostraba, se perpetuaban en el tiempo cuando un discípulo heredaba el taller, retomando los conocimientos y el estilo del maestro y formaba un nuevo grupo de discípulos a su alrededor.
Fuera del ambiente artístico, se pueden nombrar los grupos neoplatónicos formados en Florencia, Roma y Venecia. El más famoso fue la Academia florentina, cuyos fundadores, los amigos íntimos Marsilio Ficino y Giovanni Pico della Mirandola, se deshacían en loas el uno al otro en nombre del «amor divino». También la Academia romana, reunida en torno a Julio Pomponio Leto, hacía de la belleza masculina su ideal. La Academia se disolvió cuando dos nobles venecianos se quejaron al papa de Leto, que había escrito cartas de amor a sus hijos. Varios de los miembros de la Academia no sobrevivieron a las torturas y la prisión, que sólo acabaron con la muerte del papa Pablo II y la subida al trono papal de Sixto IV. El nuevo papa no solo liberó a los presos, sino que los elevó a puestos importantes. Pomponio y sus amigos escribieron un libro en alabanza del «joven más hermoso de Roma», Alessandro Cinuzzi, a la muerte de este a los 16 años.

Al contrario que la prostitución femenina, la masculina estaba perseguida por la ley. Aun así, estaba relativamente extendida en las ciudades italianas, aunque resulta difícil distinguir entre el cobro regular de servicios, regalos voluntarios, extorsión y manutención. Por ejemplo, no era raro que muchachos, los fanciulli, se arreglaran para resultar más atractivos o que presumiesen de sus conquistas, como criticaba Bernardino de Siena en Florencia en el siglo XV. En Venecia incluso se aprobaron numerosas leyes contra estos jóvenes, que se cumplían con extrema brutalidad, castigando con latigazos o cortando la nariz a niños de hasta diez años. En Roma produjo un cierto revuelo el caso de «Barbara hispana», un travestido negro que fue detenido junto con una cortesana; finalmente fue quemada en la hoguera, tras un ritual especialmente cruel.

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