Pastor penetrando a una cabra. Litografía de Paul Avril. |
La Inquisición aragonesa aplicó la pena de
ser quemado vivo a los homosexuales (tanto
hombres como mujeres), aunque a los menores de veinticinco años, eran
condenados a galeras tras ser azotados. Además el Consejo de la Suprema conmutó muchas sentencias de muerte,
especialmente si se trataba de miembros del clero, que, según el historiador
británico Henry Kamen, "constituyó
siempre una proporción muy alta de los acusados". La misma
benevolencia mostraron hacia los homosexuales que eran nobles, como sucedió en
el caso de Pedro Luis Garcerán de Borja.
En los casos
más leves, en lugar de la pena de muerte, las condenas fueron la de galeras,
azotes, destierro, reclusión, multas y trabajos forzados. La tortura era
empleada en los interrogatorios, aunque se solía excluir a los menores de 20
años, y entre 1566 y 1620 se torturó a un mínimo de 851 acusados, de un total
de 3.661. En el caso de los esclavos, a menudo eran condenados al destierro,
incluso en el caso de haber sido declarados inocentes.
De los tres
tribunales de la Corona de Aragón el
más severo fue sin duda el de Zaragoza. Entre 1570 y 1630 juzgó 543 casos (incluidos los de "bestialismo"
porque la Inquisición los contabilizaba en la misma categoría que la
homosexualidad) de los que 102 finalizaron con la condena a muerte.
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