Ilustración de un manuscrito medieval en el que se acusa a los templarios de sodomía. |
A comienzos del siglo XIV tuvo lugar uno de los juicios más
famosos y escandalosos de la Edad Media. Todos los miembros de una prestigiosa
orden militar internacional, la Orden de
los Templarios, fueron acusados por la monarquía francesa de los delitos
que más asustaban a la sociedad europea de la época: apostasía, idolatría y
sodomía. Como es bien conocido, el resultado final del proceso fue la
disolución de la Orden por el papa Clemente
V en el transcurso del concilio de
Vienne en 1312. El propio maestre de la Orden, Jacques de Molay, terminó siendo quemado en la hoguera en 1314.
Desde fines del siglo XIX la mayor parte de la historiografía se
decanta por considerar que los templarios eran claramente inocentes de los
cargos que se les imputaban.
Esto fue lo que pasó.
Las constantes luchas entre cristianos y musulmanes en Tierra Santa durante los siglos XII y
XIII trajeron como consecuencia la pérdida sucesiva de los territorios
cristianos y posesiones templarias en este lugar. La pérdida del último
baluarte cristiano en Tierra Santa, San
Juan de Acre, a manos de los musulmanes supuso el comienzo del fin de las
órdenes religioso-militares. El Gran
Maestre del Temple pasó a residir, por un tiempo, en la vecina isla de Chipre, para trasladarse más adelante a
Francia.
La importancia económica de la orden, así como de su estratégica
red de castillos, provocó que el rey de Francia acusase a la Orden de herejía,
idolatría, sodomía entre otros abusos ignominiosos, y vio en ella una posible
fuente económica que lo sostuviera en el trono. Así mismo, si anulaba el poder
militar de la Orden creía que así vería reforzado el propio poder real.
En octubre de 1307 actuó por sorpresa haciendo encarcelar 138
caballeros y exigiendo al propio Papa
Clemente V, al cual le había hecho trasladar la corte a Aviñón, que actuase contra la orden. A
finales del mes de octubre envió cartas al rey de la Corona de Aragón, Jaime II, incitando a que actuase
contra los templarios en su territorio. Al principio el monarca se opuso, pero
a medida que se iban conociendo las confidencias de culpabilidad arrancadas a
los templarios franceses mediante torturas, tuvo que ceder ante la presión de
un nuevo poder que se había creado dentro de la misma iglesia: la Inquisición.
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