viernes, 10 de julio de 2015

Enrique IV de Castilla, el rey sodomita que perdió el trono por ser incapaz de engendrar un heredero.

Enrique IV de Castilla.
Miniatura de un manuscrito. Siglo XV.
El hijo de Juan II, Enrique IV de Castilla, también fue homosexual. En la época circulaban numerosos rumores y críticas sobre sus devaneos con hombres, como los que tuvo con Juan Pacheco o Gómez de Cáceres, e incluso hubo unos pocos que huyeron de la corte para evitar los avances del rey, como Miguel de Lucas o Francisco Valdés.
Aunque la homosexualidad del hijo y sucesor de Juan II, Enrique IV, era evidente, fue la imposibilidad de engendrar un heredero lo que, al convertirse en asunto de estado, dio al traste con su reinado.
Enrique IV se casó en primeras nupcias con Blanca de Navarra, a quien repudió por estéril, para esconder lo que en realidad era incapacidad suya para consumar con ella el acto sexual. Con su segunda esposa, Juana de Portugal, mujer de una belleza embriagadora, las cosas no solo no cambiaron, sino que fueron a peor. Según cuentan las crónicas, sobre todo la de Alonso de Palencia, Enrique rozaba el ridículo en su afán de mostrar a sus fieles vasallos cuánto se esforzaba por complacer, sin conseguirlo, a su adorada, aunque no deseada, esposa. Se hacía azotar en las nalgas o se untaba ungüentos abrasivos en los genitales mientras intentaba cumplir con sus preceptos maritales. Incluso mandó traer de Italia a unos embaucadores que le indicaban realizar posturas coitales más propias de un artista circense. Pero todo era inútil.
Cuando, al fin, la reina Juana quedó embarazada de una niña, las facciones contrarias al rey se negaron a admitir que fuera hija legítima de Enrique IV. También corrieron la noticia de que el padre de la criatura no podía ser aquel rey impotente y sodomita, sino Beltrán de la Cueva, un valido por quien el monarca bebía los vientos y que frecuentaba los rincones más íntimos de palacio. De esta forma, Beltrán se convierte en el hombre bisagra del reino, ya que, a la fuerte relación personal que tenía con Enrique se unía la familiaridad con que era tratado por la reina. Dicho de otro modo, y como cantaban los juglares de la época, la pareja real formaba con Beltrán de la Cueva un trío de lo más compenetrado, en el que el valido repartía sus desvelos a partes iguales entre la pareja real.

Enrique IV acabará siendo destronado, lo que propició el ascenso al trono de su hermana Isabel la Católica, ante la negativa de la mayoría de la nobleza castellana a reconocer la legitimidad de la joven heredera, que pasará a la posteridad como Juana la Beltraneja, en alusión a su supuesta paternidad. El mismo monarca aceptó a su hermana Isabel como legítima heredera al trono en el Pacto de los Toros de Guisando, aunque luego se retractara de haberlo hecho.

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