Enrique IV de Castilla. Miniatura de un manuscrito. Siglo XV. |
El hijo de Juan II, Enrique
IV de Castilla, también fue homosexual. En la época circulaban numerosos
rumores y críticas sobre sus devaneos con hombres, como los que tuvo con Juan Pacheco o Gómez de Cáceres, e incluso hubo unos pocos que huyeron de la corte
para evitar los avances del rey, como Miguel
de Lucas o Francisco Valdés.
Aunque la homosexualidad del hijo y sucesor de Juan II, Enrique IV, era evidente, fue
la imposibilidad de engendrar un heredero lo que, al convertirse en asunto de
estado, dio al traste con su reinado.
Enrique IV se casó en
primeras nupcias con Blanca de Navarra,
a quien repudió por estéril, para esconder lo que en realidad era incapacidad
suya para consumar con ella el acto sexual. Con su segunda esposa, Juana de Portugal, mujer de una belleza
embriagadora, las cosas no solo no cambiaron, sino que fueron a peor. Según
cuentan las crónicas, sobre todo la de Alonso
de Palencia, Enrique rozaba el
ridículo en su afán de mostrar a sus fieles vasallos cuánto se esforzaba por
complacer, sin conseguirlo, a su adorada, aunque no deseada, esposa. Se hacía
azotar en las nalgas o se untaba ungüentos abrasivos en los genitales mientras
intentaba cumplir con sus preceptos maritales. Incluso mandó traer de Italia a
unos embaucadores que le indicaban realizar posturas coitales más propias de un
artista circense. Pero todo era inútil.
Cuando, al fin, la reina
Juana quedó embarazada de una niña, las facciones contrarias al rey se
negaron a admitir que fuera hija legítima de Enrique IV. También corrieron la noticia de que el padre de la
criatura no podía ser aquel rey impotente y sodomita, sino Beltrán de la Cueva, un valido por quien el monarca bebía los
vientos y que frecuentaba los rincones más íntimos de palacio. De esta forma, Beltrán se convierte en el hombre
bisagra del reino, ya que, a la fuerte relación personal que tenía con Enrique se unía la familiaridad con que
era tratado por la reina. Dicho de otro modo, y como cantaban los juglares de
la época, la pareja real formaba con Beltrán
de la Cueva un trío de lo más compenetrado, en el que el valido repartía
sus desvelos a partes iguales entre la pareja real.
Enrique IV acabará
siendo destronado, lo que propició el ascenso al trono de su hermana Isabel la Católica, ante la negativa de
la mayoría de la nobleza castellana a reconocer la legitimidad de la joven
heredera, que pasará a la posteridad como Juana
la Beltraneja, en alusión a su supuesta paternidad. El mismo monarca aceptó
a su hermana Isabel como legítima
heredera al trono en el Pacto de los
Toros de Guisando, aunque luego se retractara de haberlo hecho.
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