martes, 7 de julio de 2015

Juan II (1405-1454) y Álvaro de Luna formaron la pareja masculina de amantes más famosa de todo el medievo hispano.


Tumba de Juan II de Castilla.
Cartuja de Miraflores, Burgos.
Otro homosexual de estirpe real fue Juan II de Castilla. Parece que la relación con su ayo y protector Álvaro de Luna pudo ser carnal, como sospechaba Marañón. Don Álvaro, que era conocido por su buen porte, llegó a tener tanta influencia sobre el rey que fue nombrado condestable de Castilla en 1422 a pesar de la oposición de la nobleza. La relación con don Álvaro se fue enfriando por presiones de la familia y la nobleza, hasta que en 1453 firmó su sentencia de muerte. La homosexualidad del rey parece que era conocida, ya que los nobles alzados lo llamaban «puto», sinónimo de sodomita.
A mediados del siglo XIV la Península Ibérica había dejado de ser algo parecido a un puzzle de pequeños reinos, para quedar reducida a cuatro reinos cristianos, Castilla, Aragón, Navarra y Portugal, y uno musulmán: la Granada islámica. La Casa de Trastámara se instala en Castilla con Enrique II.
Juan II de Castilla es bisnieto de este Enrique II y padre de Isabel la Católica. Hechas las aclaraciones de ascendencia y descendencia vamos al meollo.
Sin duda, Juan II y su valido Álvaro de Luna formaron la pareja masculina de amantes más famosa de todo el medievo hispano. La ejecución de Don Álvaro, urdida por Isabel de Portugal, esposa del monarca y madre de la que llegaría a ser Isabel la Católica, se interpreta a la luz de los siglos venideros, como un episodio simbólico de represión contra la sodomía. Acusar a alguien de sodomita era una de las mejores maneras de quitárselo de en medio.
Que Juan II de Castilla y su valido Álvaro de Luna tuvieron una relación que traspasó la línea de la política, adentrándose en lo sentimental, es algo que ya adivinara Gregorio Marañón en su Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla, escrito en 1930. Por encima de todo ello, Álvaro fue un personaje clave en los episodios históricos que tuvieron lugar durante el siglo XV, en los albores de un tiempo que anunciaba la construcción de España como nación.
El dolor y el arrepentimiento por haber firmado la sentencia que acabó con la vida de Álvaro de Luna precipitaron el final de Juan II, quien un año después murió para reunirse con su adorado valido, amigo, maestro y también amante. Poco antes había llegado a decir:

"Naciera yo hijo de un labrador e fuera fraile del abrojo, que no rey de Castilla".

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