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San Agustín por Philippe de Champaigne
S. XVII
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San Agustín es consi-derado uno de los grandes padres de la Iglesia Católica,
un pensador que cambió el curso de la civilización occi-dental. Esbozó los
conceptos de pecado, perversión y la relación entre lo bueno y lo malo que han
impregnado tanto nuestra manera de pensar que resulta imposible concebir
nuestro mundo sin ellos.
No resulta
exagerado afirmar que San Agustín es
responsable en gran medida de nuestra sensación del yo subjetivo.
También ha
influido en la introducción de una vena ascética en el cristianismo que
llegaría a tener consecuencias de largo alcance. Partiendo de las enseñanzas de
San Pablo, San Agustín condenó la mayoría de los actos sexuales, incluso los
que llevaban a cabo las parejas heterosexuales casadas.
Para él, el
único acto sexual moral era el que tenía por fin la procreación, e incluso así
era desagradable. Escribió en sus Soliloquios que “nada degrada más el espíritu masculino que la atracción de las mujeres
y el contacto con el cuerpo”. Evidentemente, también estaba prohibida la
homosexualidad. Le desagradaban particularmente los hombres que permitían que
se usaran sus cuerpos “como si fuesen
femeninos”; al respecto, escribió en Contra Mendacium que “el cuerpo de un hombre es tan superior al
de una mujer como el alma lo es al cuerpo”. Nadie impulsó como él los
prolongados esfuerzos del cristianismo por suprimir cualquier manifestación
física de amor, salvo aquellas destinadas a concebir hijos.
Sin duda, San Agustín disfrutó de los placeres de
la carne, tanto masculina como femenina, y que probablemente en esto no fue
demasiado diferente de tantos ciudadanos de los últimos tiempos del imperio
romano que no reconocían la distinción que hacemos actualmente entre
homosexuales y heterosexuales.
Posteriormente,
su desprecio por esos actos juveniles ha tenido y sigue teniendo importantes
consecuencias para nuestra época.
San Agustín (354-430). De niño, no fue bautizado ni recibió ninguna formación
cristiana; a los 11 años fue enviado a la escuela en Madaura, un centro de
cultura y aprendizaje pagano.
Regresó a su
hogar en el 369 y en el 370 se trasladó a Cartago, donde conoció y disfrutó de
los placeres de la carne, incluida la homosexualidad.
"Cuando llegué a Cartago, a mi alrededor bullía un caldero de
amores ilícitos. Yo nunca había amado y estaba ansioso por amar. ( ... ) Me
parecía dulce amar y ser amado, y mucho más si podía disfrutar del cuerpo de la
persona amada. De modo que contaminé el agua primaveral de la amistad con la
suciedad de la concupiscencia. Enlodé su limpia corriente con el infierno de la
lujuria y, a pesar de ser impuro e inmoral, con mi exceso de vanidad solía
comportarme como un hombre de mundo que frecuenta los lugares elegantes que
están de moda. Me zambullí de cabeza en el amor, ya que anhelaba que me
atrapase". (Confesiones, San Agustín)
Se convirtió
al Maniqueísmo, una mezcla del cristianismo con otras religiones orientales que
hablaba del dualismo entre el bien y el mal, la transmigración de las almas y
la posibilidad de la salvación, y que, entre otras cosas condenaba los placeres
sexuales.
Durante esta
época, San Agustín reanudó su amistad
con un joven cristiano que conocía desde la infancia. La relación, que apenas
duró un año, fue "lo más dulce que
experimenté en toda mi vida (...) fue arrebatado a mi locura para poder ser
preservado contigo para mi consuelo. Pocos días después, estando yo ausente,
regresaron las fiebres y falleció".
San Agustín quedó desolado. "Todo
lo que había compartido con él, sin él quedaba reducido a un tormento cruel.
(...) Me sorprendía que siguieran vivos otros mortales puesto que había muerto
aquel a quien yo había amado como si no fuera a morir jamás. Y me sorprendió
aún más el hecho de que mientras él estaba muerto yo estuviera vivo, porque él
era mi "otro yo". Ya lo
había dicho alguien refiriéndose a su amigo: que "era la mitad de mi
alma". Había llegado a sentir que mi
alma y la suya eran "una sola alma dentro de dos cuerpos". De modo que mi vida se convirtió en un
horror. No quería vivir solo con la mitad de mí mismo, y tal vez el motivo por
el cual le temía tanto a la muerte era que entonces habría muerto la totalidad
de mi amado amigo."
Entre los
años 374 y 383, dirigió una escuela de retórica en Cartago; después se trasladó
a Roma, donde siguió enseñando retórica. Bajo la influencia de San Ambrosio, acabó rechazando las
doctrinas maniqueas. Un domingo de Pascua, el 25 de abril del 387, San Agustín y su hijo Adeodato fueron bautizados en el
cristianismo.